Desperté en el calabozo a los treinta y cuatro años. Desperté impresionado, peligroso y bastante comprometido.
¡Una suerte repentina! Soy el sobrevivió de milagro y quedó vacío: no hay detalles ni recuerdos del delirio. El instante sintético de Metadona me dejó raído: a merced de la ilusoria clandestina. Casi veinte años doliendo, sin embargo; todavía me arrastraría en el barro por otra enfermedad. Es un pacto simple de horror: lo que que simplifica y envilece.
Hablo de los viejos tiempos de la aflicción, aquellos de los grandes gestos criminales. No había amor, trabajo ni fascinación, y en cualquier caso, yo tampoco podía pensar en nada de eso puesto que, vamos ¡Allí Atrapado!
Fue a partir de cierto menester que la necesidad se soltó del límite: no hubo dominio ni dirección. Presa de la incontinencia y atacada de visión, fui la delicia de la bestia desviada.
Eliminadas las ansiedades y las inhibiciones pude insistir con aquello de la apreciación, porque por suerte, esto es una enorme explotación, una industria infinita.
—Muy feliz con el resultado— me dije un tanto rabioso, colmado por los efectos. Todavía no me bajo de esta grosería y ya veo el largo pasillo de candiles ardientes. Por ahí viene la enfermera impersonal. Lleva en sus manos otra dosis de terapia azul que no es casualidad...
SG.
No hay comentarios:
Publicar un comentario