He visto un calabozo lleno de enfermos silenciosos e inútiles. Los observé quejándose, arrastrándose con expresiones hoscas y sombrías; siempre estaban buscando alguien que les convidara un trago, que les regalara un plan o una mentira nueva, al menos.
Yo conocí a un novicio cleptómano de la zona oeste de Tigre, un muchacho que había trabajado de esquizofrénico temporal en la celda. Cuando salió me presentó a La Gorda, una simpática estafadora de mal aspecto, ligeramente inclinada a suavizar cualquier nervio con fino whiskey. Podría declarar que la amé profundamente...
Solíamos juntarnos los tres en "el Hospicio", un atípico bar de Flores, famoso por refugiar a célebres maleantes: El "Negro" Gustavo, La "Grifana" y uno al que le decían "El Hombre Moneda". Allí nos sentábamos a beber una vez por semana. Éramos compinches ocasionales siempre hablándonos con la conciencia.
Ese miércoles La Gorda no apareció en el bar. El cleptómano llegó tarde. Su rostro estaba lívido de muerte. Me contó que Marilú había sido atrapada mientras ejecutaba un trabajo.
—Estoy convencido que alguien le hizo una buena putada-, dijo mientras se iba corriendo.
Permanecí inmóvil, mirando el suelo durante dos o tres minutos. Me sentí muerta y secreta, engañada.
La Gorda era difícil de comprender. Simulaba descuidarse mas siempre estaba siguiendo un plan. Su remedio apenas pudo con la enfermedad, y las secreciones de mi mente apenas pudieron con la inyección de muerte que yo misma le había suministrado...
(Bienvenida al calabozo)
Dedicado a mi amigo Ale, maestro del Deja Vú.
SG
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